Barranco de Masca

Buenos días, buenas tardes o buenas noches. Llevaba tiempo sin colgar foto o edición con relato anexo. Hoy he colgado una foto que me entusiasma con el título de Barranco de Masca en la sección de Fotografías con edición ligera, y como toda buena foto tiene su propia historia. Como siempre aquí os dejo su relato:
"Aquel verano fue de los de verdad, de esos que convierten la península en una parrilla. Cuando uno cree que el calor ya no puede subir más, el sol se empeña en demostrar lo contrario. Así que, para escapar del horno, nos fugamos a Canarias. Elegimos Tenerife, que suena exótico pero está más cerca que Roma, y nos plantamos en el sur de la isla, en Adeje, que es como decir Benidorm con acento canario: bonito, lleno de hoteles, lleno de guiris y, si uno no anda con cuidado, lleno de la sensación de ser un turista más.
Mi familia, es decir, mi descendencia y la paridora de la misma, o sea mi querida esposa, tenían claro su objetivo: una playa de arena. De esas en las que se hunde el pie y se te queda el bañador crujiente de granitos hasta la noche. En Adeje hay a puñados, cada cual más concurrida. Yo, en cambio, como no me gusta la arena y no quemarme, les propuse otra cosa que ellos se quedarán en la playa de la Arena, y yo iba a conocer la que se esconde al final del barranco de Masca, pensando que el acceso iba a ser como mis queridas calas de Maro en Málaga. Al final mi familia se vino conmigo porque no se fían de mí.
Miré el mapa y pensé: está a tiro de piedra. Error de principiante. El mapa engaña, porque la carretera que lleva hasta allí parece diseñada por un cabrero borracho. Angosta no, lo siguiente. Curvas infinitas, precipicios de vértigo y un trazado que, más que obra de ingenieros, parece la ocurrencia de un dios travieso empeñado en probar la paciencia de los conductores.
La primera en asustarse fue mi mujer. En una curva, de esas que obligan a rezar aunque seas ateo, apareció un autobús ocupando más asfalto del que parecía posible. Ella pegó un grito, de esos que hacen que el corazón se te suba a la garganta. Yo, en cambio, ni pestañeé. No porque sea valiente, sino porque me encantan las carreteras imposibles y, además, el coche era de alquiler y estaba a todo riesgo. Con esas garantías, ¿quién teme a la muerte?
Al final llegamos a Masca, un conjunto de casas colgadas entre montañas que parece sacado de una postal. Mi hija, con el susto todavía en el cuerpo, no paraba de despotricar: contra mí, contra la isla, contra los ingenieros canarios y hasta contra el Teide, que ni pincha ni corta. Según ella, mi plan era un sabotaje a las vacaciones familiares. Ellas —lo uso como inclusivo— y yo no negamos en redondo a bajar hasta la famosa playa escondida. Se habían limitado a acompañarme a regañadientes, como quien va a la guerra por obligación.
Para colmo, el acceso a la cala resultó más difícil de lo previsto. Apenas pudimos intuirla desde lejos. Así que acabamos en una terraza, sentados con nuestros refrescos de cola, contemplando el paisaje como si con eso bastara para conquistarlo. No era lo que yo soñaba, pero hay que reconocer que el panorama valía la pena: un barranco verde, abrupto y con palmeras que parecía sacado de otro planeta.
La vuelta fue menos dramática. Había menos tráfico y quizá ya se habían acostumbrado a la idea de morir en una curva. Yo, mientras tanto, pensaba que aquella había sido la mejor experiencia del viaje. Ni playas de sombrilla, ni cenas pantagruélicas, ni compras de recuerdos horteras. Lo mejor fue aquel trayecto imposible, ese vértigo de curvas y la sensación de haber descubierto algo que no se entrega fácilmente.
Antes de irnos de Masca, quise llevarme un recuerdo digno. Me asomé a uno de los balcones naturales del pueblo, saqué mi teléfono OPPO Find X (lo confieso: otros alardean de sus iXXXXXs, yo presumo de mi chino), y disparé una panorámica. El resultado fue tan espectacular como el lugar. La titulé, sin demasiadas florituras, Barranco de Masca, y la colgué en mi colección de fotografías con apenas un retoque. A la naturaleza no hay que maquillarla demasiado: ella sola se basta para dejarnos boquiabiertos.
Espero que os guste la foto y también el relato. Si no, tampoco pasa nada. Mi familia recordará aquel día como el del autobús asesino y la carretera del demonio; yo, en cambio, lo recordaré como el día en que un simple viaje en coche se convirtió en aventura. Y al fin y al cabo, ¿qué otra cosa son las vacaciones sino eso: una colección de anécdotas que, con el tiempo, se convierten en historias que contar?"
Bye, bye my friends,
nandoLARA
