De Hitler a Trump

18.09.2025

   De Hitler a Trump: las lecciones del autoritarismo que no queremos repetir

   El siglo XX nos dejó cicatrices indelebles. La Alemania nazi, con Hitler a la cabeza, mostró hasta dónde puede llegar un régimen cuando se erosiona la democracia, se deshumaniza al adversario y se normaliza la violencia estatal. Ochenta años después, asistimos con preocupación a dinámicas que evocan aquellos tiempos oscuros, ahora en contextos muy distintos, pero con un denominador común: la erosión de libertades en nombre de la "seguridad" y el "orgullo nacional".

   En Estados Unidos, el movimiento MAGA, liderado por Donald Trump, ha convertido la política en un espectáculo de culto a la personalidad. El discurso mesiánico —"solo yo puedo salvar a América"— recuerda a la retórica hitleriana. A esto se suma la construcción del enemigo: inmigrantes, minorías y adversarios políticos se presentan como amenazas existenciales, generando un clima de exclusión y odio.

   Los paralelismos no son meras metáforas. La administración Trump impulsó centros de detención para migrantes en condiciones inhumanas, como el tristemente célebre complejo de los Everglades en Florida, apodado "la Alcatraz de los caimanes". Estas instalaciones, aunque diferentes en escala y finalidad de los campos nazis, reproducen una lógica inquietante: aislar, castigar y deshumanizar a colectivos enteros.

   La situación en El Salvador también merece atención. Bajo el régimen de excepción de Nayib Bukele, decenas de miles de personas han sido encarceladas sin garantías judiciales en megacárceles que evocan espacios de control masivo. Si bien se justifican en nombre de la seguridad, organizaciones internacionales denuncian abusos, torturas y un sistema que sacrifica derechos fundamentales en el altar del orden.

   Pero quizás lo más alarmante es cómo estas políticas encuentran respaldo internacional. Donald Trump y sectores afines del MAGA han mostrado apoyo incondicional a gobiernos que practican políticas represivas y que violan derechos humanos de manera sistemática. El caso de Israel es paradigmático: mientras Gaza sufre una catástrofe humanitaria con miles de víctimas civiles, ese apoyo político y militar se mantiene firme y acrítico. Defender a un aliado no puede significar mirar hacia otro lado frente a bombardeos indiscriminados, bloqueos que impiden la entrada de ayuda humanitaria y el sufrimiento colectivo de una población civil atrapada en una guerra que no eligió.

   La analogía con los años 30 no es gratuita. Entonces, muchos gobiernos democráticos optaron por callar o mirar hacia otro lado ante el ascenso del fascismo. Esa pasividad allanó el camino para el horror. Hoy, el silencio o el respaldo ciego a políticas que causan matanzas y desplazamientos en Gaza —o la normalización de centros de detención y megacárceles— repite un patrón conocido: se sacrifica la dignidad humana en nombre de la "seguridad" o de la "alianza estratégica".

   La historia no se repite de manera idéntica, pero rima. Las libertades rara vez se pierden de golpe: se erosionan poco a poco, entre aplausos y justificaciones. El deber de la ciudadanía, de la prensa y de las instituciones es reconocer las señales, denunciar los abusos y recordar que la democracia no se defiende sola.

   El siglo XX nos enseñó que la indiferencia puede ser cómplice. El XXI nos exige no volver a cometer el mismo error.

   Los horrores de los años cuarenta del siglo pasado se están viendo, en vivo y en directo, con el "régimen" sionista con el faro de Netanyahu. Toda la comunidad internacional está mirando a otro lado o justificando las matanzas porque para ellos todos/as los palestinos/as son HAMAS. Triste pero cierto.

   nandoLARA