El olor de los jazmines

Buenos días, buenas tardes o buenas noches, depende de vosotr@s. Hoy he publicado en la sección de Fotografías con edición ligera, una foto titulada "El olor de los jazmines". Esta foto no está hecha por mí, pero la edición si. Está muy bonita, a mí me gusta mucho y la tenemos impresa en lienzo de 60x40 cms en nuestro dormitorio. Y como cada foto tiene su propio relato a continuación os lo cuento:
"Aquel día de verano de hace seis años era un día de verano como los demás: denso, espeso, inmóvil, pegado al suelo como un perro dormido. El sol caía a plomo sobre las casas adosadas y la piscina común, una lámina de agua turbia donde flotaban las conversaciones y el cloro, las risas y las hojas secas. Mi mujer, con esa voluntad que tienen las madres de cargar con el peso del mundo, marchó con los niños, Marta y Héctor, a bañarse. Yo no fui. Nunca voy. Le tengo miedo al verano, una cosa antigua y algo absurda, como se tienen miedo a las sombras cuando se es niño. De pequeño me quemaba cada año: la piel hecha una lija roja que escocía al roce del aire y me hacía andar con el torso suelto, como si llevara clavadas mil agujas. Por eso al sol lo temo y lo detesto, como se odia lo que un día nos hizo daño.
Me quedé en casa, a la sombra, refugiado en la frescura triste del salón. No recuerdo bien qué hacía, pero seguramente estuviera editando fotografías en el móvil, con esa aplicación que llaman PicsArt y que me sirve para matar el tiempo y arreglar el mundo a mi manera. Me gusta quitarle cosas a las fotos: el color, la luz, lo que sobra. Tal vez porque uno siempre edita la vida igual, eliminando aquello que molesta y dejando lo que conviene, lo que puede soportarse.
Esta foto no es mía. Es de mi mujer. Ella, que tiene esa habilidad secreta para hacer las cosas bien sin darse cuenta, tomó a Héctor y lo puso a posar cerca de los jazmines que hay en la zona de la piscina. Son jazmines humildes, blancos, siempre en flor, que huelen como deben oler las cosas simples del verano, como el mar por la mañana o el pan recién hecho. No sé cómo lo hizo, ni cómo lo pensó, pero la foto le salió preciosa. Ahí está el niño, pequeño todavía, oliendo unas flores en la mano como quien respira un secreto. Hay algo quieto en él, algo que no termina de romperse, como si supiera ya —aunque aún no lo entiende— que el mundo es un lugar frágil y que las flores blancas no duran mucho.
Luego la foto pasó por mis manos. Le di el recorte adecuado, el encuadre justo, y le robé el color a todo lo que no era jazmín. Me gusta ese efecto: los grises quedan apagados, como la vida misma, y las flores resaltan más que nunca, brillantes y puras, blancas como deberían ser las cosas que merecen la pena. La imagen quedó perfecta, a mi manera. El niño con su jazmín y el verano de fondo, ese verano inmenso que no necesita decir nada para recordarnos lo que fuimos y lo que dejamos de ser.
Vivimos en la costa, pero aquel día ni el mar alcanzaba para refrescar el mundo. El mar estaba allí, claro, en su sitio, rumiando su sal y sus olas, lejano como un vecino silencioso. Mi mujer y los niños volvieron más tarde, oliendo a cloro y a sol, con el cansancio pegado a las piernas y la piel caliente. Yo no. Yo me quedé en casa, lejos del verano, editando la foto de un niño que huele jazmines como si el mundo no fuera otra cosa que una fotografía a la que se le pueden quitar las sombras."
Espero que os guste, tanto la foto, como el relato que lo complementa. Su historia.
Bye, bye my friends,
nandoLARA