Flamencos andaluces

Buenos días, buenas tardes o buenas noches, eso depende de vosotr@s. Hoy os voy a contar la intrahistoria de un foto que colgué en la sección de Fotografía con edición ligera titulada "Flamencos andaluces" hace por lo menos cuatro meses, de las primeras, por si queréis ver donde está. La hice con la cámara reflex Nikon que tengo con la lente de 50-200 mm y me salió esta foto, que creo, está muy bonita. Ahora os cuento el relata que cuenta su pequeña y entrañable historia:
"Cinco primaveras atrás, cuando el tiempo todavía tenía la cortesía de regalarnos fines de semana apacibles y sin prisas, decidimos dar cumplimiento a un plan sencillo pero lleno de promesas: contemplar la belleza de los flamencos en la Laguna de Fuente de Piedra. Era un mayo luminoso, el aire olía a tierra húmeda y los campos, rebosantes de vida, parecían bordados por la mano paciente de la naturaleza. Maribel, mi mujer, y yo partimos aquella mañana con Marta y Héctor, nuestros hijos, que llevaban en el rostro la chispa de la curiosidad infantil.
La laguna se presentaba ante nosotros como una obra maestra de la creación, un espacio vasto y lleno de quietud donde los flamencos, con su porte elegante, escribían sobre el agua una sinfonía de movimientos. Antes de detenernos, decidimos dar una vuelta en coche para explorar su perímetro. El sol, colgado de un cielo limpio, pintaba las colinas cercanas de un verde brillante, y el camino, salpicado de flores silvestres, parecía conducirnos no solo a un destino físico, sino también a una experiencia que intuíamos inolvidable.
Finalmente, hallamos un lugar donde la cerca que delimitaba la laguna parecía más próxima a las aves. Allí nos detuvimos, y, mientras los niños corrían hacia la valla, Maribel y yo nos quedamos un momento contemplando el paisaje. Había algo sagrado en aquel espectáculo: los flamencos, agrupados como una comunidad armoniosa, alzaban sus picos hacia el agua y desplegaban sus alas en un acto casi ceremonial. Marta, con sus ojos abiertos de asombro, señalaba cada detalle, mientras Héctor hacía preguntas que desafiaban incluso a nuestra paciencia de padres.
Con la cámara en mano, equipada con mi lente de 200, me acerqué lo más posible. La valla, aunque sencilla, ofrecía un marco perfecto para la escena. Al mirar a través del visor, el mundo pareció detenerse; allí estaban los flamencos, inmóviles por un segundo, sus reflejos pintando el agua como un cuadro que no podría repetirse jamás. Hice la fotografía con el cuidado de quien sabe que está capturando un momento único. Enfoqué y apreté el botón de disparo y me salió una foto muy bonita.
El hambre comenzó a insinuarse, y no tardamos en recoger nuestras cosas y dirigirnos a uno de los restaurantes junto a la laguna. El comedor, modesto pero acogedor, tenía vistas al agua, y mientras esperábamos la comida, pudimos seguir contemplando a los flamencos en la distancia. El almuerzo fue un festín sencillo pero delicioso: platos tradicionales que combinaban el sabor del lugar con la calidez de la compañía. Los niños devoraban sus raciones con entusiasmo, y Maribel y yo brindamos con una copa de vino por la suerte de tenernos los unos a los otros.
Aquel día, que empezó con una promesa de aventura familiar, terminó como una celebración de las cosas simples: el paisaje, la risa de los niños, el sabor de una comida compartida. Hoy, cuando veo la fotografía recuerdo ese instante con la nitidez de un sueño vivido. Y aunque el tiempo avanza sin tregua, queda en mí la certeza de que aquel día, con los flamencos como testigos, tocamos un pedazo de la felicidad verdadera."
Espero que haya gustado, tanto la foto como su pequeña historia. A mí la foto me gusta mucho y el recuerdo de su historia también.
Bye, bye my friend,
nandoLARA