Guazalamanco, un paraje único

Acabo de subir una foto nueva en el apartado de poca edición. La verdad, a mí me parece muy bonita… y por suerte no soy el único: ya ha recibido 1.167 corazones en PICSART y suma nada menos que 18.215 visitas. Me hace ilusión, porque aunque es una imagen sencilla, tiene un valor muy especial para mí, tanto por lo que muestra como por lo que representa.
La historia detrás de esta foto empieza en una de esas visitas periódicas que hacemos a los abuelos del Pozo. Fue en la primavera del año 2018, a principios de mayo. Creo que coincidía con la festividad de San Gregorio, aunque ya sabéis que por aquí no siempre se baja o se sube justo ese día. Lo cierto es que normalmente me cuesta decidirme a subir, más que nada por la pereza que da preparar todos los avíos, organizar la comida, las mochilas, el agua, y luego encontrar algún rincón donde acomodarte. Pero aquel año, no sé qué me dio… tal vez la necesidad de aire fresco, tal vez las ganas de romper con la rutina… la cosa es que me lié la manta a la cabeza y acabé subiendo con los Achilipunes.
Para los que no lo sepáis, los Achilipunes somos un grupo de amigos del pueblo que compartimos muchas cosas: caminatas, charlas, bromas… y sobre todo, una canción muy nuestra: "El Achilipún", que Ani lo baila como nadie. De ahí el nombre. Somos como una pequeña familia elegida, y cada excursión juntos es una pequeña aventura que se va sumando al álbum de recuerdos.
Recuerdo que dejamos el coche aparcado a la sombra de un pino carrasco, en la explanada del llano, justo antes de empezar la subida. A partir de ahí, el camino se hace más empinado, más exigente, pero también más bonito. Tardamos cerca de tres cuartos de hora en llegar hasta la cascada. Por el camino hicimos varias paradas —cinco o seis, si no más— para recuperar el aliento, para beber un poco de agua, o simplemente para meter las manos en los pilones fríos que forma el río Guazalamanco.
El agua… madre mía, qué helada estaba. Pero también qué rica. Siempre tan transparente, tan limpia. En uno de esos altos en el camino, les conté a mis hijos una anécdota de cuando era niño: en los veranos de antes, se hacía un juego en el que el reto era aguantar dentro del pilón lo máximo posible. El récord solía ser de veinte segundos. No parecía mucho, pero creedme, con esa temperatura, era toda una hazaña. Los que salían antes de tiempo eran recibidos con risas y, si tenían suerte, con alguna bufanda improvisada para dejar de tiritar. Así se templaba uno: a base de agua helada y cariño.
Cuando por fin llegamos a la cascada, me quedé sin palabras. Era tan distinta de la que recordaba en mi infancia… o tal vez no tan distinta, sino que mis ojos ahora la veían de otro modo. La luz, el color, el sonido del agua cayendo con fuerza… todo parecía mágico. No me lo pensé: saqué el viejo NOKIA 1020, enfoqué con cuidado, y apreté el botón. La foto salió preciosa, o al menos así la siento yo. Llena de alma, de nostalgia, de esos momentos en los que uno se reconcilia con sus recuerdos.
Porque esa imagen, más que una simple foto, es un pequeño portal a otra época. Me hizo recordar aquellas subidas con la familia al completo: los titos, las titas, los primos y primas, mis hermanos y hermanas… todos juntos, compartiendo risas, meriendas, botellas de agua fresca, mantelitos a cuadros y canciones que se escuchaban por el monte. Eran días de alegría sencilla, de bromas y baños fríos, y de bufandas prestadas para sobrevivir al agua gélida. Me entra la risa al pensarlo… aunque también un poquito de melancolía. Qué bonito es recordar, aunque a veces duela un poquito.
En fin, no me enrollo más. Solo quería compartir esta foto y esta historia con vosotros. Espero de corazón que os guste. Y si sois de Pozo Alcón o habéis vivido algo parecido, ojalá os despierte algún recuerdo bonito. Porque a veces una imagen no necesita filtros para tocar el alma.
Bye, bye my friends,
nandoLARA.