Buenos días, buenas tardes o buenas noches, eso depende de vuestra lectura. Hoy he cargado una obra en la sección de Fotografías con mucha edición titulada como "Las habas del recuerdo" . Esta foto tiene una edición que me gusta mucho que hace que parezca una pintura. Ha sido el producto de la visita que hicimos a una persona querida que sufre los estragos de la vejez en la memoria inmediata. Como toda foto que publico tiene su propia historia, os la cuento:
"Era Semana Santa, y el corazón de la ciudad, agobiado por el bullicio y el humo de los escapes, nos empujó hacia el terruño ancestral. Mi esposa, los zagales y yo emprendimos la marcha hacia Torres, ese pueblo encaramado en las faldas de Mágina, donde los abuelos Paquita y Valentín guardaban, entre arrugas y suspiros, los ecos de una vida más sencilla.
Llevábamos tiempo sin ver a la tía Cati, hermana de la abuelo Valentín, mujer de setenta inviernos a cuestas, cuya memoria, como un libro deshojado por el viento, aún conservaba algunas páginas legibles. Vivía al otro lado de la montaña, en Albanchez, y el camino para llegar hasta ella era una culebra de asfalto que se enroscaba en las laderas, traicionero para los estómagos débiles. Mi mujer, palideciendo ante cada curva, me lanzó una mirada que lo decía todo.
—Yo conduzco— anunció, arrebatándome las llaves con decisión.
Los zagales, en el asiento trasero, sumergidos en sus pantallas, apenas alzaron la vista cuando el paisaje, soberbio en su verdor primaveral, se desplegó ante nosotros. ¡Qué tiempos aquellos en que los muchachos se pegaban a las ventanillas para contar vacas o gritar al ver un arroyo! Ahora, enmudecidos por el hechizo digital, ni el aroma del tomillo salvaje lograba arrancarles un comentario.
La casa de la tía Cati y el tío Juan era un refugio de otro siglo. Él, curtido por el sol y el trabajo, nos recibió con esa sonrisa ancha de los hombres de campo, mientras ella, sentada en su mecedora, nos reconoció entre brumas.
—¡Pero si son los nietos de Paquita!— exclamó, y en sus ojos, por un instante, brilló la lucidez.
El tío Juan, hombre práctico, nos mostró con orgullo su máquina peladora de habas, artefacto sencillo pero eficaz, como todo lo que sale de manos sabias. Sacó un puñado de vainas recién cosechadas, las derramó sobre la mesa y, con movimientos rápidos y precisos, comenzó a desgranarlas. Era un espectáculo hipnótico: en diez minutos, la mesa quedó limpia, las habas verdes y lustrosas amontonadas en un cuenco.
Entonces, como quien descubre un tesoro, vi la escena perfecta: los restos de las vainas vacías, el rastro de un trabajo honrado. Saqué mi OPPO Find X5 (que, lo confieso, tiene una cámara digna de un artista) y capturé el instante.
Mientras, mis vástagos, sordos al valor de aquel momento, seguían embobados: ella con su TikTok, él con el FIFA en el móvil. Me sobrevino una punzada de melancolía. ¿Dónde quedó el respeto, la curiosidad por las historias de los mayores? Nosotros, padres modernos, quizá hemos pecado de blandura, de no imponer esa pausa necesaria ante la sabiduría de los que ya han caminado tanto.
Aun así, la tarde fue buena. Hubo habas frescas, anécdotas del campo, y el sol, al marcharnos, se derramó sobre Albanchez como una bendición. Quizá, en otra visita, los muchachos levanten la mirada. O quizá no. El tiempo, como la memoria de la tía Cati, es caprichoso. Pero lo que quedó, lo guardo yo: una foto, un puñado de habas, y el eco de una vida que no debe olvidarse."
Espero que os haya gustado tanto la obra, como los intríngulis de la misma.
Bye, bye my friends,
nanadoLARA