Un buen rato, ¡feliz Sábado Santo!

Buenos días, buenas tardes o buenas noches, eso depende de vuestra lectura. Hoy he cargado una foto en la sección de Fotografías con edición ligera titulada como "Un buen rato, ¡feliz Sábado Santo!" . Ha sido el producto de una quedada de los míticos achilipunes de Pozo Alcón. Como toda foto que publico tiene su propia historia, os la cuento:
"En los días en que el sol se derramaba como aceite dorado sobre las sierras de la Sierra del Pozo, y el viento olía a romero viejo y vino nuevo, ocurrió un suceso que ya se cuenta con susurros reverentes entre los más ancianos del amado Pozo Alcón.
Anita, la de la mirada que no admite réplica y el paso firme como la luna llena sobre el agua, despertó cabezona. Y cuando Anita se pone cabezona, todos los achilipunes, esa cofradía de corazones leales y estómagos agradecidos, nos cuadramos con la misma dignidad con la que los súbditos de un rey sabio se arrodillan ante el decreto de la fiesta.
Aquella vez ordenó, sin levantar la voz pero con la mirada de quien ya ha cocinado cien veces el destino, una comida sagrada: talarines. No espaguetis ni fideos ni nada de ciudad. ¡Andrajos!, para los finos, sí, pero para nosotros era manjar de ancestros, recetado por abuelas que hablaban con la lumbre y sazonaban con silencios.
Los reunidos —con vino, vermut, cerveza y risas que rebotaban en las paredes blancas del pueblo— celebramos como se celebran los pequeños milagros de la vida cotidiana. Pero entonces, mi hijo cometió la herejía: lanzó su plato de talarines a la calle. No como quien se le cae el pan al suelo, sino como quien expulsa una fe que no comparte. Y allí me vi, ante el escándalo de los ojos de los demás, preguntándome qué parte del camino se me había torcido. ¿Quién lo habrá educado? ¿Quién ha fracasado? No me siento reflejado. No en ese gesto. Toda mi vida, hecha de pasos al compás de la tradición, se vio arrojada junto a aquel plato, como si el destino fuera algo que se pudiera desechar con un solo ademán.
Pero Anita, sabia en tormentas, no permitió que el ánimo decayera. Tras los manjares cocidos en la lumbre de su casa —una lumbre que hablaba, que cantaba, que curaba—, salimos todos a caminar por las afueras de nuestro "bello" pueblo, que en su modestia y verdor tiene más alma que muchas capitales.
Y entonces lo dijo:
—Nando, una foto de los achilipunes.
La orden era clara, la misión, heroica. Coloqué el móvil en el suelo, como quien planta una semilla. Activé la cámara frontal, la de menos calidad, como para que la memoria quedara un poco difuminada, como los recuerdos cuando se hacen leyenda. Programé los diez segundos como quien da al destino el tiempo suficiente para alinearse, y corrí. Corrí como si de esa imagen dependiera el sentido mismo de los achilipunes. Y el "click" fue como el trueno de una pequeña eternidad que se sella en luz.
Después, como los culpables modernos que intentan salvarse del escarnio, difuminé los rostros ajenos para evitar denuncias, pero dejé el espíritu intacto: el de una tribu, una comida, una traición infantil, una risa colectiva. Todo eso quedó ahí, en una imagen borrosa pero veraz, como los mejores recuerdos.
Y así, en el Pozo Alcón, bajo el amparo de la Sierra, los achilipunes seguimos a Anita, aún cuando el mundo se vuelva del revés y los talarines caigan al suelo. Porque cuando ella se pone cabezona, no queda más que seguirla. Y bendita sea."
Espero que os haya gustado tanto el relato como la foto publicada.
Bye, bye my friends,
nandoLARA