Viaje al Algarve

25.06.2024

   Os voy a contar el momento de una foto que nació del viaje que hicimos al Algave Portugués. Esa zona del sur de Portugal es muy bonita, puedes ver muchos enclaves de especial belleza, tanto natural, como humana. Este comentario está dirigido a la foto que muestra una persona mayor que pasea con su perro por una playa en el apartado de Fotografía con Edición Ligera con el titulo "Viaje al Algarve ".

    Siempre me ha inquietado, y no poco, esa capacidad que tienen ciertos momentos para permanecer. No tanto en el tiempo físico, que avanza y se deshace sin detenerse, sino en el otro tiempo, el nuestro, el subjetivo, donde lo que merece ser recordado se instala sin consulta y sin permiso, como si algo lo eligiera por nosotros. Eso me ocurrió en nuestro viaje al Algarve portugués, en los días fríos del puente de la Constitución e Inmaculada de 2023, cuando buscamos, como tantos otros, un respiro que justificara el viaje y la pausa.

   Habíamos estado en Portimão por la mañana, en una barca que se adentró entre los acantilados. Sus paredes rocosas no parecían meramente naturales; tenían algo de deliberado, como si el tiempo mismo hubiese decidido esculpirlas para impresionar al visitante, a sabiendas de que, en un mundo tan rápido, los paisajes también necesitan sobresalir. Aquella excursión fue bonita, sí, pero tenía un aire de espectáculo, de algo preparado. Lo que ocurrió después, sin embargo, me sorprendió precisamente por no buscar impresionar a nadie.

   Después de comer regresamos a Albufeira y nos fuimos a pasear paseando por sus playas, sin mayor plan que caminar y dejarnos llevar por el eco del Atlántico, que se extendía más allá de donde alcanza la vista. Hacía frío; la luz era gris y tenue, de esas que no iluminan del todo pero que tampoco apagan, y que dan a los paisajes un aire de cuadro antiguo. En esas condiciones subíamos unas escaleras talladas en uno de los muchos acantilados de la zona. Fue entonces cuando, por puro azar —si es que el azar existe en estos casos—, giré la cabeza a la izquierda y la vi.

   Una mujer mayor caminaba por la playa con su perro. Llevaba un abrigo que se adivinaba casi insuficiente contra el aire húmedo que soplaba, pero lo más llamativo no era ella ni el perro, que trotaba dócilmente a un par de metros de su dueña. Era el reflejo que ambos proyectaban en la arena, cubierta por una fina capa de agua salada. La imagen tenía algo de irreal: la mujer y el perro parecían duplicarse en aquel espejo improvisado, como si existieran en dos planos distintos, el tangible y el reflejado, y ambos fuesen igual de ciertos.

   Saqué mi móvil y tomé una foto. No hubo tiempo para pensar en el encuadre ni en los detalles, pero eso no importaba. Lo que importaba era capturar el instante, la escena que, de alguna manera, parecía contener algo esencial. La imagen no estaba preparada, y por eso resultaba aún más perfecta: no era una representación, sino la vida misma en su forma más discreta.

   Desde entonces, pienso en aquella mujer y su perro. No sé quién era ni qué historia arrastraba consigo. ¿Era ese su paseo habitual, un simple hábito que repite cada día sin pensar demasiado en él? ¿O estaba ella, como nosotros, de paso, llevándose también algo de esa playa en su memoria?

   Lo que más me conmueve, al ver la foto, es el agua que refleja sus pasos. Me recuerda que toda imagen tiene siempre un doble, todo momento deja tras de sí un eco. El reflejo en la arena es tan real como ellos, y al mismo tiempo, es algo que se perderá tan pronto como la marea suba o como ellos den la vuelta y se alejen. Quizás por eso, la fotografía me resulta tan valiosa: captura no solo lo que ocurrió, sino lo que ya empezaba a desaparecer en el mismo instante en que lo mirábamos. ¿No es eso, al fin y al cabo, lo que hace el tiempo con todo lo que vivimos?

   Bye, bye my friends,

                                      nandoLARA